En algún lugar leí “cuéntame durante algún tiempo lo
que sueñas y te diré que hay dentro de ti”, y mis sueños básicamente eran oír,
escuchar, poder disfrutar de la música, probar todo aquello que los oyentes de
tan habituados no son conscientes, no valoran, no en la misma medida que alguien
que lo ha perdido, aunque sólo fuera por un día, que un día antes de morir por
algún milagro de esos que se habla tanto, se me concediera aquello que siempre
he soñado y ya no me importaría, al menos, sabría qué es lo que me he perdido.
Solamente se puede perder lo que se ha tenido antes,
nunca pensé que me fuera a tocar una historia así, una se conforma con lo que
tiene cuando lo que quiere no lo puede conseguir y si me había resignado a no
esperar alguna cosa en mi vida, era precisamente eso ¿Sabes?, porque ser la
protagonista de lo que sucede en las películas sólo era algo ilusorio, un juego
al que jugaba en mi infancia.
Cuando cumplí siete años, no sabía qué significaba
la esperanza, pero ya se encargo un galeno, de arrebatármela, tanto a mí, como
a mis padres, para ello le basto soltar cuatro palabras, secas, desprovistas de
emoción, que yo me encargué de leer labialmente, pero tuve que ver la cara de
mi madre para comprender la magnitud de la frase. NUNCA, era una palabra
demasiado grande para alguien tan pequeña.
“nunca volverá a oír”, así me etiquetaron y así me
quede, supe que los restos auditivos que me quedaban con el tiempo
desaparecerían, el único que mantuvo la esperanza fue mi padre y mi abuela, mi
padre se llevo la esperanza consigo dos años después, o más bien, un infarto se
lo llevó, también se esfumó mi fe, tanto rezar con la esperanza de que alguna
virgen que puebla el santoral me concediera la gracia, cosa que nunca ocurrió, hizo
que dejará de creer como también olvidé, si el olvido consiste en dejar de
pensar.
Las abuelas, esas personas tan sabias, que siempre
tienen palabras de ánimo para todo, me decía que “nunca” es la palabra que Dios
escucha cuando necesita reír con ganas, y que para que algo ocurra hay que
creer ello, y mantuve la ilusión, si a un niño le quitas la ilusión, ¿qué le
queda?
Vivir con una discapacidad sea del tipo que sea es
diferente, depende de la actitud, del grado y de la edad a la que te enfrentas,
nos acostumbramos a todo, hasta a que nos cuelguen.
Hace unos años, la esperanza, que en el fondo
siempre estuvo, volvió con más fuerza y dejé de lado los miedos, el miedo a que
me dijeran que realmente no tenía solución y finalmente hice todas las pruebas,
hasta que otro galeno me dijo otras palabras, las contrarias que hace años,
nunca se da tanto como cuando te dan esperanzas.
Y volví a rezar, a la que comparte mi patronímico,
le volví a pedir aquello que había olvidado, que a ella no le costaría nada y
en cambio a mi me solucionaría la vida, pero la fe y la ciencia son cosas
distintas, y los implantes no son un milagro sino el fruto de dos operaciones,
dos jueves en años distintos.
Lo bueno de la esperanza es que es más fuerte que el
miedo, y la ilusión por volver a percibir sonidos hizo que los días previos las
piernas me dejaran de temblar, y me enfrentara a los quirófanos que me
producían pánico.
Hay cosas que nunca se olvidan por más que pasen los
años, la mayoría de los grandes recuerdos para mí están asociados al silencio, ahora
los recuerdos empiezan a tener su sonido particular, el dolor con el tiempo se
suaviza y es lo que te permite volver a enfrentarte a lo mismo, sin dolor no
aprendemos.
Salí de la operación como si me hubieran dado una
paliza, pero si recuerdo que tuve que pensar en mi padre para contar hacia
atrás en el momento de la anestesia, y
ese despertar con tu cabeza semejante a un chicle, esa sensación de no saber ni
dónde estás, ese levantar la cabeza y que se te curven los labios en una
sonrisa, una sonrisa que no eres consciente de haber ordenado. Y ese tocarte
las grapas con ilusión mezclada con incredulidad.
Oír y entender son cosas distintas, lo primero es
algo innato, lo segundo es un proceso que depende de varios factores, cuando
más tiempo llevas sin oír es como empezar de nuevo, han pasado años y aún no
entiendo todo lo que me dicen, pero la ilusión es un motor que me mueve a
seguir superándome cada día, con la logopeda, con el trabajo, inventándome
juegos, quizá algún día, ¿quién sabe?
Confieso que a veces me encanta apagarme los
implantes y estar unas horas regodeándome en el silencio, porque cuando me los
pongo soy más consciente de lo que he ganado, no quiero que se me olvide, no
quiero acostumbrarme, quiero que cada día me sorprendan sonidos nuevos y
realizar la asociación.
Si la esperanza mueve montañas, la ilusión nos
permite transitar por ellas.
Relato enviado a un concurso, que por supuesto no gané, pero quizás me sirva de práctica para futuros concursos...por que una escribe sobre lo que vive o siente, no? lo mande hará un par de años, pero tengo unos cuantos para revisar e intentarlo, porque el que no lo intenta nunca sabe si sirve o no.