Ni Asturias ni Londres, ni nada que se le parezca, me he cogido dos semanas libres para nada, y para mis dos meses de vacaciones va a ser más de lo mismo, y quién tiene la culpa? Las cosas del querer podría decir yo.
Debería haber seguido escribiendo sobre el tiempo pasado en la casa de las zorras, las cosas que hemos hecho, hablado, planeado, todo acude a mi memoria revuelto y desordenado, pero me parece que aún antes de haber empezado la segunda parte, está todo abocado al final.
La culpa es tan fea que nadie quiere cargar con ella, pero a mí no me queda más remedio que echármela a la chepa, aunque también pienso que no tengo por qué sentirme así, las culpas para mí son divisibles por dos, más teniendo en cuenta que desde el primer día que la conocí le dije que no quería nada, ni con ella ni con nadie, que sólo quería ampliar mi círculo de amistades.
Pero las cosas no salen como una quiere, a veces salen al revés, conoces a alguien que tiene muchas cualidades que te gusta en una mujer, que te hace reír, con la que disfrutas,
con la que eres tú misma sin fingimientos ni miedos, ese tipo de persona que reúne las características que enumeramos cuando nos preguntan por el prototipo de “la mujer ideal” si es que existe……pero una cosa es la cabeza y otra el corazón.
La vida es muy poco imaginativa y siempre acaba por repetirse, que a ti te gusta alguien y ese alguien está por otra y así la perra que se pisa la cola, en este caso la zorra número dos, con la que me lo estaba pasando bien, porque es de esas personas con un talento especial para divertirse, un sentido del humor parecido al mío, esas personas que saben escuchar y suelen ser el centro de las reuniones, cantidad de amigos que me ha presentado y que me han caído muy bien.
Pero yo no quería nada más, sólo quería seguir siendo su amiga, y creía que ella también, pero ella pedía más y más y no sé si es que me confundí y pensé que quizá, que a lo mejor, que si lo intentaba y fui pasando más tiempo con ella en la casa de zorras, creía que podría hacer caso a la cabeza y en una de esas fiestas, más en concreto el cumple del cari que nos fuimos a la playa a celebrarlo y entre risas y alcohol volvimos a casa, por no subirme a la mía me quede en la suya y ya se sabe que uno de los efectos del alcohol es esa capacidad para hacer que uno se sienta tan bien y piense eso de “bah, qué más da” en la que supongo que sucumbí al, no lo sé, la verdad, no sé qué me paso por la cabeza, creo que era la obligación de sentir, y que ella estaba ahí, que me veía como parecía que nadie me había visto y nos enrollamos, pero me di cuenta de que no.
Y ahí se fue instalando mi sentimiento de culpa, culpa de no sentir lo mismo, la culpabilidad, ese sentimiento tan común cuando no hacemos lo que sabemos que deberíamos hacer, pero que si no sientes lo que tienes que sentir no puedes hacer nada, culpa porque tenía que haber parado en ese momento pero estaba a gusto y pensé que a ella se le pasaría, culpa por no hacer caso de las palabras del cari “sevillano guapo”, culpa por ser egoísta y pensar más en lo bien que estaba yo que en lo mal que lo estaría pasando ella.
Me buscaba, me besaba, en fin esas cosas que hace una persona cuando le gusta otra y busca cualquier excusa para estar y acercarse a ella, pero yo….
Porque no se puede conseguir el amor a la fuerza, y a la fuerza lo que pasó fue que me termine por agobiar, y entre agobios y sentimientos de culpa las cosas empezaron a ir mal.
Así que he terminado por ser una zorra de forma distinta a la que pretendía, porque a veces una mujer lo único que puede hacer es ser una zorra y otras veces para portarse bien había que portarse mal, puta paradoja, y no sé si me he portado mal, pero hice lo que tenía que hacer, decir palabras que sabía que no le iban a gustar pero me vi en la obligación de pronunciarlas, porque ella quería de mí algo que yo no le podía dar, y lo que puedo darle no lo quiere.
Por eso me dijo que lo de ir a Asturias juntas y con otra amiga no era buena idea, porque para ella sería un suicidio, y yo la entiendo, pero cuando no se puede lo que se quiere, hay que querer lo que se pueda. Así que Londres tampoco.
No hay perdices, ni ranas, ni sapos, ni princesas, ni castillos, ni hechizos, sino simplemente la puta realidad asomando por una de las esquinas.
Resumiendo, he perdido a gente que de alguna manera y en poco tiempo se habían convertido en personas importantes para mí, pero en esta vida no se puede tener todo sin renunciar a algo.